Al cerrar los ojos descubro dos dimensiones, la del pensar y la del sentir. En la vida cotidiana, donde necesito realizar proyectos para dar satisfacción a mis necesidades, priorizo la dimensión del pensar; pero durante la meditación, donde mi objetivo es conocerme a mi mismo, doy preferencia al sentir. Pero encuentro que la experiencia se halla limitada por mi concepción de mi mismo como individuo, entonces requiero de estímulos que me ayuden a trascender dicha limitación, como pueden ser los mantras, las vibraciones sonoras, las invocaciones, o la música.

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